jueves, 13 de diciembre de 2007

Sonata Nº14 Quasi Una Fantasia Op. 27 Nº2

Yo tocaba el piano. Fui 7 años al conservatorio. Me apuntaron mis padres porque el piano estaba muerto de risa en casa desde que lo había dejado mi hermana. Y porque me chantajearon obligándome a estar al menos 4 años si quería tener un gato. Conseguí mi gato, desarrollé mi inteligencia y también sufrí bastante. Aprobaba con nota solfeo sin estudiar. Coro tampoco se me daba mal. Pero piano requería algo más. Y como yo entonces lo veía como una obligación y no como un disfrute, sufría bastante por intentar llevar las obras al día. Sufría el día que tenía clase, porque lo que es los demás... era tan vago que apenas me ponía durante la semana y así pasaba. En las audiciones también sufría mucho. Tener que tocar delante de tantas personas para un chico ultratímido como yo bufff. Lo pasaba fatal. Y si encima me confundía mucho ya era un suplicio. Sin embargo también aprobaba con nota porque el profesor era un sol y ni siquiera nos hacía examen.

Lo dejé aún siendo estudiante de secundaria y aún sintiendo que me convenía más dejar de pasar por aquellos suplicios. Ahora no es que me arrepienta, sé que hubiera hecho lo mismo mil veces en la misma situación. Pero sí lo añoro. Y me da rabia cuando me siento a tocar y apenas recuerdo las piezas. Y me da rabia cuando voy a una sala y hay un conciertillo de jazz o soul y veo al pianista haciendo virguerías. Y me da rabia porque a veces pienso que fue entonces cuando empecé a dejar de ser responsable conmigo mismo. Donde pudo empezar el cambio de lo de los triángulos.

Esta es la obra más bonita que conozco. Desgraciadamente sólo soy capaz de tocar el primer movimiento. La historia que copypasteo a continuación seguramente sea ficción añadida. Pero como tal, la adorna de puta madre.

"Cuenta la leyenda que una noche Beethoven y un amigo estaban caminando por las calles de Bon, y, al pasar por uno de los barrios más pobres, se sorprendieron de oír música, bien interpretada, proveniente de una de las casas. Beethoven, con su usual intrepidez, cruzó la calle, abrió la puerta de un empujón, e ingresó a la casa sin anunciarse. La habitación era precaria, y estaba iluminada por una débil vela. Un hombre joven se encontraba trabajando sobre un banco de zapatero en un rincón. Una joven mujer, aún casi una niña, estaba sentada a un viejo piano cuadrado. Ambos se sobresaltaron por la intromisión, pero su sorpresa no fue mayor que la de Beethoven y su amigo al enterarse que la joven era ciega.

Beethoven, un tanto confundido, se apresuró para disculparse, y explicó que había quedado tan impresionado con la calidad de ejecución de la joven, que había apresurado por averiguar quien era que estaba tocando en ese mismo momento esa noche y en ese barrio de la ciudad. Luego, preguntó amablemente a la muchacha dónde había aprendido a tocar, a lo cual ella respondió que una vez habían vivido al lado de una mujer que estudiaba música, y quien pasaba gran parte de su tiempo practicando las obras del gran Maestro, Beethoven. Ella había aprendido a tocar muchas de las piezas del Mestro tan sólo oyendo practicar a su vecina. El hermano de la joven los interrumpió en ese momento para saber quienes eran los intrusos, y que seguramente habían notado la pobre interpretación de su hermana. ¡Escucha! Dijo Beethoven, mientras caminaba hacia el piano, luego se sentó y tocó los acordes iniciales de su Sonata Claro de Luna.

Lágrimas cayeron de los ojos de la muchacha al momento en que ella reconoció la música, y luego con una voz trémula, le preguntó a él si era posible que fuera el gran Maestro en persona. “Si” respondió Beethoven; “tocaré para ti”. Luego de unos momentos, mientras tocaba una de sus composiciones más viejas, la vela parpadeó, y se apagó. La interrupción pareció romper el tren de su memoria. Beethoven se levantó, fue hacia la ventana, y la abrió, inundando la habitación con la luz de la luna. Luego de meditar unos momentos, se volvió y dijo: “Improvisaré una sonata a la luz de la luna”. Luego siguió la maravillosa composición que conocemos tan bien.

Sin embargo, para introducir un frío y desagradable aspecto a este relato tan poético, debemos saber que debido el método de escritura de Beethoven y a su hábito de retocar, revisar y pulir una y otra vez sus manuscritos, es probable que la improvisación de aquella noche fuera mucho más aburrida que el trabajo final. El primer movimiento de la sonata “Claro de Luna” es lento, majestuoso y sombrío, como un hermoso y formal jardín que yace ilusionado en la oscuridad de la noche. Luego aparece silenciosamente escabulléndose bajo la sombra del acompañamiento, una triste e infinitamente amorosa melodía, que impregna todo el movimiento, hasta que el completo significado de su espeluznante y mística belleza es revelado; incluso mientras la luna naciente gradualmente baña nuestro oscuro jardín en un esplendor plateado.

Luego de una pausa sin respiros, comienza el segundo movimiento, y nuestro jardín se llena de repente con espíritus danzantes, etéreos y delicados, como sabemos que deben ser los espíritus, pero moviéndose con un abandono de ritmo que lo lleva lejos en un remolino de placer.

Un corte repentino, otro silencio de suspenso, y comienza el tercer movimiento: como una ráfaga de viento que azota los árboles y envía a los espíritus a refugiarse a toda prisa, las notas caen apresuradamente, arremolinándose, como suele hacerlo el viento. Las nubes corren deprisa por el cielo, pero incluso ahora y entonces por entre los claros, se ve la luna cabalgando majestuosamente, inundando el tortuoso jardín con dulces y serenas melodías de luz."

Saludos,

HJK

1 comentario:

Aurora dijo...

De mayor quiero ser como tú.